Actualizado Jueves, 11 diciembre 2025 - 00:04
Cuando algo es muy esperado apenas es noticia, pero puede servir de excusa para abordar incertidumbres que no queremos que lleguen a ser titulares. La Fed ha bajado los tipos, pero el debate gira alrededor de la amenaza sobre su autonom?a respecto al poder pol?tico. La independencia de un banco central es como esas estructuras que uno da por eternas: un puente, una catedral o una mirada emocionada. S?lo cuando crujen o arden entendemos que lo que parec?a sagrado tambi?n puede quebrarse. Tal vez viv?amos en un equilibrio c?modo, una estabilidad cu?ntica en la que las instituciones -como ciertas personas- pueden ser dos cosas a la vez, sostener dos verdades simult?neas, pero cuyo efecto neto, tarde o temprano, es el miedo. Porque mirar de frente esa dualidad es siempre un acto triste. Bertrand Russell lo resumi? con iron?a sobria: de vez en cuando conviene poner un signo de interrogaci?n a las cosas que hemos dado por sentadas. Y esa se?al, cuando aparece, nunca llega sin una herida en la confianza. La historia del mundo es la suma de aquello que hubiera sido evitable.
Al frente de la instituci?n menos rom?ntica, el banquero central debe ser precisamente quien mejor comprenda que el verdadero amor es saber vivir en soledad y decidir cu?ndo compartirla. En ese lugar de penumbra tranquila, la bajada de tipos ha sido un gesto previsto, casi autom?tico. Pero lo esencial no era el movimiento, sino lo que lo rodea: la cercan?a del relevo en la presidencia de la Fed, las tensiones pol?ticas que vuelven a rozar su per?metro y la inquietud, cada vez menos disimulada, de que la autonom?a de la instituci?n depender? m?s de la salud democr?tica del pa?s que de su marco legal.
Estados Unidos ha vivido d?cadas convencido de que sus contrapesos eran indestructibles. Que la separaci?n de poderes resistir?a cualquier tempestad. Que el d?lar, la seguridad jur?dica y la pol?tica monetaria eran pilares que no pod?an temblar. Pero los cimientos sufren cuando les atiza la incultura. Es en esa agitaci?n donde se reconoce la decadencia, que no empieza por los episodios grandilocuentes, sino por la erosi?n lenta de lo cotidiano. La independencia de la Fed es, en el fondo, un term?metro de la salud institucional del pa?s. La mala pol?tica se acerca agresivamente, con mensajes que piden "coherencia", con cr?ticas que pretenden ser t?cnicas, pero transpiran impaciencia electoral.
A los economistas no nos corresponde especular sobre conspiraciones ni anticipar cat?strofes. Pero s? reconocer patrones. Y la historia muestra una regularidad inc?moda: los grandes imperios no suelen caer por un golpe fulminante, sino por la mezcla persistente entre exceso de deuda, deterioro pol?tico y un progresivo debilitamiento de sus instituciones clave. El colapso es la parte visible; la decadencia, en cambio, es casi ?ntima, un silencio que arde cuando dejamos de creer en lo que d?bamos por inamovible.
Por eso este momento importa. No por el cuarto de punto, ni por la coreograf?a de las ruedas de prensa, sino porque la Fed se ha convertido en un espejo involuntario del pa?s que la sostiene. Si la instituci?n que deb?a permanecer al margen del ruido empieza a ser arrastrada hacia ?l, es que el sonido no est? fuera: es estruendo dentro. Y esta es una prueba fundamental para el futuro econ?mico y social de Estados Unidos: un punto de tensi?n donde puede resquebrajarse el equilibrio de la primera econom?a del mundo y, a partir de ah?, el de todo lo dem?s.
La Fed baja los tipos. Los mercados respiran. Pero en esa aparente normalidad se esconde la verdadera pregunta: ?qu? ocurre cuando advertimos que aquello que cre?amos firme s?lo estaba en pie porque nadie lo miraba de frente? Las grietas nunca anuncian su llegada. Se insin?an, como una mirada enga?osa que oculta un injusto desd?n por la libertad.
Francisco Rodr?guez es catedr?tico de Econom?a de la UGR y director del ?rea Financiera y Digitalizaci?n de Funcas.

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