Lo que Martin Parr enseña en The Last Resort sobre el salto tecnológico mundial

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Actualizado Mi?rcoles, 10 diciembre 2025 - 00:00

Martin Parr era uno de esos fot?grafos que tarde o temprano se citan en cualquier escuela de renombre. Fallecido esta semana, el brit?nico logr? imponer la calidad de su trabajo al discurso esc?ptico de ciertos colegas de profesi?n que lo consideraban indigno, por ejemplo, de ingresar en la prestigiosa agencia Magnum. Quiz?s el trabajo m?s c?lebre de Parr sea The Last Resort, publicado en su primera edici?n en 1986. Las im?genes incluidas, tomadas entre 1983 y 1985 en el ?rea de New Brighton (Liverpool), permiten hoy, mejor que ning?n libro, hacerse una idea de la transformaci?n econ?mica y tecnol?gica operada en Europa en estas cuatro d?cadas.

El elemento central de esta colecci?n recoge el fen?meno, m?s tard?o en Espa?a, de la proletarizaci?n del ocio. Las vacaciones, de repente, dejaron de ser cosa de ricos para instalarse tambi?n entre las clases medias y bajas. Se suceden en las p?ginas de Parr escenas de familias, parejas y lobos solitarios en los diques del puerto o en una playa de guijarros, y alrededor de cada grupo se observa la huella del capitalismo en forma de servilletas, bolsas de chucher?as, colillas, bandejitas de fish & chips y cubos y palas para jugar con una arena ausente. Si algo trasciende en este enorme bodeg?n estival es la inquebrantable determinaci?n de estar ah?, de pertenecer al pueblo que se moviliza a favor de su propio descanso, aunque el precio a pagar, igual que ahora, sea la masificaci?n.

Entre pieles sonrosadas, ni?os sorbiendo polos, perros remojados y carritos de beb? tan b?sicos que hoy provocar?an urticaria a esos padres primerizos dispuestos a gastar 1.000 euros en un esp?cimen mucho m?s sofisticado, r?pidamente se descubre la principal diferencia con el tiempo actual. Salvo que sostengan un cigarrillo o un cucurucho, las manos de los retratados est?n libres de tel?fonos m?viles, en esencia porque no exist?an. Tal vez esa ausencia explique el aire contemplativo y relajado de la mayor?a de veraneantes. En la mesa de un restarurante, mientras espera el almuerzo, un matrimonio de cierta edad no tiene m?s remedio que abrazar el momento. ?l sostiene entre sus labios un cigarrillo y mira al vac?o; ella revisa distra?da el esmalte de sus u?as.

Como no hay huella tecnol?gica -no se ven en escena auriculares, ni relojes inteligentes, ni tabletas u ordenadores port?tiles- Parr puede acercarse a la gente y obtener de ella una expresi?n genuina impensable en la era del selfi y el narcisismo digital. Lo que hay son coches de choque, m?quinas tragaperras y una enorme cantidad de basura flotante que no parece molestar a nadie porque la presencia en New Brighton equivale ya a un triunfo. El p?blico, claro, es local; a ning?n franc?s de la Borgo?a se le ocurrir?a veranear en ese trozo de la costa inglesa, pero es que adem?s todav?a no exist?an Airbnb, Booking.com, los vuelos baratos de Ryanair, Uber o Blablacar.

Hay cosas que no cambian. En toda la colecci?n de fotos de Parr no aparece un solo libro, nada, ni una novelita rom?ntica ligera. La ?nica excepci?n es una se?ora que se cubre el rostro para no salir en el robado con una revista del coraz?n. La proletarizaci?n del ocio, entonces como hoy, corre en paralelo a la cultura sin tocarla, como si se tratase de ingredientes imposibles de mezclar. Hoy existe al menos un discutible punto medio a trav?s de las plataformas de streaming. Pero si Parr hubiese estado ah?, en Liverpool, durante el verano de 2025, la disposici?n del paisaje habr?a mutado. Tendr?a una playa limpia, muchos j?venes encorvados no hacia su amante sino hacia su m?vil, alg?n chiringuito hipster donde lograr el mejor autorretrato e incluso cientos de viajeros procedentes de otros rincones del mundo s?lo porque saben o alguien les dijo que el lugar fue muy famoso en los a?os ochenta gracias al trabajo de cierto creador cuyo nombre nadie recuerda.

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