El mandato de Kofi Annan al frente de la Organización para las Naciones Unidas (1997-2006) no puede sino considerarse producto de su tiempo. Tras la desmembración del bloque del Este y lo que algunos dieron en llamar el fin de la historia, el diplomático ghanés, que llevaba toda su vida laboral trabajando para la organización, fue la figura de consenso para ocupar su secretaría general tras la polémica gestión de su predecesor, el egipcio Butros Butros-Ghali. Su actuación en la guerra civil de Somalia, el genocidio de Ruanda o en los conflictos de la exYugoslavia no había podido ser más controvertida.
Ante las acusaciones de incapacidad, parcialidad o inacción que pesaban sobre la ONU, Annan se propuso unos objetivos tan ambiciosos como poco realistas, comenzando por abrir una nueva era marcada por la intervención de la organización en conflictos en los que se vulnerasen o se pusiesen en riesgo los derechos humanos y siguiendo por la obligada transformación que para conseguirlo debía realizar de la organización internacional y, sobre todo, de su Consejo de Seguridad, con cinco miembros permanentes con derecho a veto que limitaban —y siguen limitando— totalmente su acción.
A partir de esa premisa impulsó una serie de acciones internacionales que debían ir más allá de las declaraciones o resoluciones concretas para tratar de resolver los grandes problemas que acechaban a la humanidad. El que debía ser el primero de sus frutos fue el Pacto Mundial de las Naciones Unidas que presentó en el Foro Económico Mundial de Davos de 1999. Se trataba de un llamamiento a la sostenibilidad medioambiental y el respeto a los derechos humanos desde la actividad económica, completado un año después con la configuración de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, base de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Así fue también cómo impulsó, aprovechando la llegada del año 2000, la Declaración del Milenio, que más que un acuerdo diplomático bien podría considerarse un canto a la paz mundial y a la confianza en las Naciones Unidas como garante de la armonía entre los pueblos y el progreso compartido. En esa misma línea, Annan también impulsó en el 2001 un Llamamiento a la Acción para hacer frente a la pandemia del sida y la creación de una Fondo Mundial contra el Sida. Unas acciones que, aun impulsadas desde el voluntarismo, le valieron el Premio Nobel de la Paz del 2001.
Siguiendo esa firme voluntad de acabar con los grandes males del mundo, el secretario general de la ONU activó la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción, un problema transnacional sin un instrumento jurídico de alcance mundial para combatirla. Tras más de dos años de trabajo de una comisión especial y de negociaciones con los estados miembros, la Asamblea General la aprobó el 31 de octubre de 2003 y dispuso su firma en una cumbre celebrada en Mérida (México), en diciembre de ese año.
El prefacio de la edición definitiva del texto del 2004, que ofrecemos íntegro, lleva la firma del propio Kofi Annan. En su presentación, la Convención fue ya firmada por 95 estados. A día de hoy ya lo han ratificado 187 estados, más de los 181 miembros de las Naciones Unidas. Aunque la pregunta es: ¿ha servido de algo la Convención ante una corrupción desbocada en muchos países? Sí en el sentido de que los estados firmantes no sólo deben reconocer en su código penal los delitos recogidos en el texto, sino que el documento establece un estándar jurídico internacional que facilita la lucha contra esta lacra.
Sin embargo, sus dos décadas de vigencia no han hecho sino corroborar que radica en la voluntad de los estados y en la independencia y dotación de los mecanismos de control y policiales la lucha efectiva contra unas prácticas profundamente arraigadas en diversas culturas y sociedades. De hecho, el Índice de Percepción de la Corrupción de 2024 del organismo Transparencia Internacional revela la presencia de niveles graves de corrupción en todo el mundo. De hecho, más de dos tercios de los países obtuvieron una puntuación inferior a 50 sobre 100, la barrera que marca la confianza en el sistema.
El prefacio
“La corrupción es una plaga insidiosa que tiene un amplio espectro de consecuencias corrosivas para la sociedad. Socava la democracia y el Estado de derecho, da pie a violaciones de los derechos humanos, distorsiona los mercados, menoscaba la calidad de vida y permite el florecimiento de la delincuencia organizada, el terrorismo y otras amenazas a la seguridad humana.
”Este fenómeno maligno se da en todos los países —grandes y pequeños, ricos y pobres— pero sus efectos son especialmente devastadores en el mundo en desarrollo. La corrupción afecta infinitamente más a los pobres porque desvía los fondos destinados al desarrollo, socava la capacidad de los gobiernos de ofrecer servicios básicos, alimenta la desigualdad y la injusticia y desalienta la inversión y las ayudas extranjeras. La corrupción es un factor clave del bajo rendimiento y un obstáculo muy importante para el alivio de la pobreza y el desarrollo.
La corrupción es una plaga insidiosa que socava la democracia y el Estado de derecho
”Por consiguiente, mucho me complace que dispongamos ahora de un nuevo instrumento para hacer frente a este flagelo a escala mundial. La aprobación de la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción dejará bien claro que la comunidad internacional está decidida a impedir la corrupción y a luchar contra ella. Advertirá a los corruptos que no vamos a seguir tolerando que se traicione la confianza de la opinión pública. Y reiterará la importancia de valores fundamentales como la honestidad, el respeto del Estado de derecho, la obligación de rendir cuentas y la transparencia para fomentar el desarrollo y hacer que nuestro mundo sea un lugar mejor para todos.
”La nueva Convención es un logro destacado y se complementa con otro instrumento histórico, la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional, que entró en vigor hace tan sólo un mes. Se trata de un instrumento equilibrado, sólido y pragmático que ofrece un nuevo marco para la acción eficaz y la cooperación internacional.
Advertimos a los corruptos que no vamos a seguir tolerando que se traicione la confianza de la opinión pública
”La Convención introduce un conjunto cabal de normas, medidas y reglamentos que pueden aplicar todos los países para reforzar sus regímenes jurídicos y reglamentarios destinados a la lucha contra la corrupción. En ella se pide que se adopten medidas preventivas y que se tipifiquen las formas de corrupción más frecuentes tanto en el sector público como en el privado. Además, se da un paso decisivo al exigir a los estados miembro que devuelvan los bienes procedentes de la corrupción al país de donde fueron robados.
”Esas disposiciones –las primeras de este género– introducen un nuevo principio fundamental, así como un marco para ampliar la cooperación entre los estados, a fin de evitar y descubrir la corrupción y devolver los beneficios obtenidos. En el futuro, los funcionarios corruptos tendrán menos opciones para ocultar sus ganancias ilícitas. Esta cuestión es especialmente importante para muchos países en desarrollo, en que altos funcionarios corruptos saquearon la riqueza nacional y los nuevos gobiernos necesitan recursos desesperadamente para reconstruir y rehabilitar la sociedad.
La Convención introduce un conjunto de normas, medidas y reglamentos que pueden aplicar todos los países
”Para las Naciones Unidas la Convención es la culminación de una labor que se inició hace muchos años, cuando la palabra corrupción apenas se pronunciaba en los círculos oficiales. Fue necesario hacer esfuerzos sistemáticos –primero de carácter técnico y luego, gradualmente, político– para llevar la lucha contra la corrupción a la agenda mundial. Tanto la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo, celebrada en Monterrey, como la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible, celebrada en Johannesburgo, dieron a los gobiernos la oportunidad de expresar su determinación de luchar contra la corrupción y de sensibilizar a muchas más personas sobre los efectos devastadores que la corrupción tiene para el desarrollo.
”La Convención también es resultado de largas y difíciles negociaciones. Había que abordar muchas cuestiones complejas y numerosas inquietudes de diversos círculos. Fue todo un reto elaborar, en menos de dos años, un instrumento que reflejara todas esas inquietudes. Todos los países tuvieron que demostrar flexibilidad y hacer concesiones. Pero podemos estar orgullosos del resultado.
Si este nuevo instrumento se aplica cabalmente puede mejorar mucho la calidad de vida de millones de personas
”Deseo felicitar a los miembros de la Mesa del Comité Especial encargado de negociar una convención contra la corrupción por su intenso trabajo y su liderazgo y rendir especial homenaje al extinto presidente del comité, el embajador Héctor Charry Samper de Colombia, por su inteligente dirección y su dedicación. Estoy seguro de que todos los presentes comparten mi pesar por el hecho de que no se encuentre entre nosotros para celebrar este éxito.
”La aprobación de la Convención será un logro destacado, si bien tenemos que dejar claro que no es más que el principio. Debemos aprovechar el impulso adquirido para lograr que la Convención entre en vigor cuanto antes. Insto a los Estados Miembros a participar en la Conferencia de Mérida (México) que se celebrará en diciembre para la firma de la Convención, y a ratificarla tan pronto como sea posible.
”Si este nuevo instrumento se aplica cabalmente, puede mejorar mucho la calidad de vida de millones de personas en todo el mundo. Al eliminar uno de los principales obstáculos para el desarrollo, puede ayudarnos a cumplir los objetivos de desarrollo del milenio. Tengan la seguridad de que la Secretaría de las Naciones Unidas, y en particular la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, harán todo lo posible por apoyar a los estados en sus esfuerzos por eliminar el flagelo de la corrupción de la faz de la Tierra. Es un gran reto, pero creo que juntos podemos hacer mucho.”

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