Lo primero con lo que se topa quien viaja de Madrid a Almaraz por la A-5 es un extenso mar de instalaciones fotovoltaicas. Una alfombra de paneles que empieza justo donde el cartel anuncia el comienzo del municipio por su entrada norte y que se expande, como una lámina metálica interminable, a ambos lados de la carretera.
Para encontrar la silueta imponente de la central nuclear hay que atravesar el casco urbano de punta a punta y dirigirse hacia el embalse de Arrocampo, donde asoman los dos reactores. Pero incluso desde allí, donde el horizonte debería pertenecer al hormigón y las torres de refrigeración, despuntan nuevas granjas solares que brotan cada pocas semanas.
En esa convivencia tensa entre un modelo energético que agoniza y otro que promete futuro vive buena parte de la mancomunidad de Campo Arañuelo. No solo los parroquianos del bar Portugal –donde el pasado jueves compartían menú empleados de la central y operarios de las numerosas granjas fotovoltaicas– sino también el resto de la región, inquieta ante un calendario de cierre que amenaza un modo de vida que se ha construido durante décadas.
En Campo Arañuelo conviven un modelo energético que agoniza y otro que promete futuro
La actividad bulle en el comedor, un local modesto pero funcional donde medio centenar de comensales devora el menú del día sin prestar demasiada atención al televisor que preside la sala. Ni siquiera el bloque electoral interrumpe el rumor de las conversaciones; solo la derrota del Real Madrid en la Champions la víspera provoca un leve murmullo. Hace unos meses, la inquietud se extendió cuando pareció que el Gobierno central cumpliría estrictamente el calendario que fija para el 2027 la clausura del primer reactor nuclear y para el 2028 la del segundo. Pero la campaña electoral por los comicios extremeños del próximo 21-D ha devuelto cierta calma, ya que, como quedó claro en el debate a diez que Canal Extremadura emitió esa misma noche, el PSOE autonómico se ha desmarcado de la línea de Ferraz para alinearse sin ambigüedades con PP y Vox en la defensa de la continuidad de la planta, postura de la que solo se aparta Unidas por Extremadura.
Pero el problema no es solo de soberanía energética y de la posible dependencia de terceros “como Francia”, sino también de empleo. “La central genera trabajo de alta cualificación y de larga duración”, apunta Javier, quien conoce bien el tejido laboral del entorno. Se habla de más de 3.000 empleos directos y otro millar entre ingenieros y operarios de turbina. “Las fotovoltaicas dan empleo solo mientras se construyen. Pero luego apenas quedan cuatro o cinco personas por planta”, añade, subrayando la amenaza que supondría el cierre para la comarca y, en buena medida, para el equilibrio económico de la región.
La inquietud se verbaliza menos de lo que se intuye, pero está latente. En Campo Arañuelo saben que la situación actual en la que conviven el músculo laboral de la central y la expansión fotovoltaica –y que se traduce en una de las tasas de paro más bajas y una de las rentas per cápita más altas de la región– tiene fecha de caducidad. Y que la reconversión que vendrá después será compleja y exigirá planes de formación ambiciosos por parte de la Junta.
El PSOE autonómico se ha desmarcado de Ferraz en defensa de la continuidad de la central de Almaraz
Esa desazón se extiende más allá de Almaraz. Pese a presentar cifras históricas de ocupación, la comunidad extremeña sigue sin cerrar la brecha con la media nacional. El empleo juvenil y el femenino continúan atrapados en la falta de oportunidades, mientras la emigración y el envejecimiento actúan como una corriente de fondo que condiciona cualquier perspectiva de transformación.
Más de 101.500 extremeños menores de 30 años –casi la mitad, según datos del 2023 del Instituto Nacional de Estadística– se plantean marcharse por la falta de expectativas. La decisión no siempre es inmediata, pero aparece como una posibilidad real, casi un reflejo generacional. Muchos de ellos estudian hoy en la Universidad de Extremadura. Y aunque intentan que no sea su caso, admiten que la salida laboral “más verosímil pasa por emigrar”.
La magnitud del fenómeno se entiende mejor al mirar al exterior. Más de 500.000 extremeños –más que la población de la provincia de Cáceres– viven fuera de la región , lo que significa que cerca de cuatro de cada diez habitantes han dejado su tierra. Lo que comenzó como un éxodo ligado a la búsqueda de oportunidades en los años sesenta y setenta sigue incrustado en la estructura demográfica actual. Con la diferencia de que, mientras muchos de los que emigraron hace medio siglo lo hicieron con un petate básico, los de ahora se marchan con un título académico que, lejos de garantizarles un futuro en su tierra, ha retrasado su salida el mismo tiempo que tardaron en cursar sus grados y dobles grados.
Más de 101.500 jóvenes extremeños se plantean marcharse por la falta de oportunidades
Consciente de esa fuga silenciosa, la universidad pública extremeña trata de adaptarse a una realidad que la desborda. El rectorado, con Pedro Fernández Salguero al frente, está ultimando “una actualización de sus estatutos para adaptarlos a la ley universitaria y al contexto socioeconómico de la comunidad”.
Y a partir del curso 2026/2027 se implantará un único grado en Ingeniería Informática, con seis especialidades, y otro en Tecnologías de la Telecomunicación, con tres menciones, en un intento de ajustar la formación a las demandas del mercado, donde Educación y Pedagogía, Enfermería y Medicina siguen siendo los grados que concentran más ofertas de empleo en la región.
El problema es que una estructura formativa sólida, por sí sola, no basta para garantizar que ese capital humano encuentre acomodo en la región. Sin la necesaria transformación del tejido productivo, el proyecto profesional se corta justo al salir de la universidad, de forma tan abrupta como se interrumpen las obras de la autovía entre Cáceres y Badajoz, una promesa de campaña recurrente que sigue lejos de convertirse en realidad.
La región presenta cifras históricas de ocupación, pero la brecha con la media nacional persiste
La huella de aquella diáspora sigue presente en la composición por edades de los emigrados. Las franjas más representadas son las de los mayores de 65 años, reflejo de quienes se desplazaron mayoritariamente hacia Madrid (36%), Catalunya (20%), Andalucía (11%) y el País Vasco (9%). Aunque la presión migratoria entre la población activa se ha moderado en las últimas décadas, no ha desaparecido del todo. En el medio rural, donde la erosión de servicios y expectativas es más acusada, la fuga continúa: el 54% de los extremeños de entre 25 y 50 años que dejaron la región procedía de municipios de menos de 5.000 habitantes, mientras que apenas el 22% salió de las tres ciudades más pobladas –Badajoz, Cáceres y Mérida– dejando a las claras que, más que un riesgo de futuro, la despoblación es un proceso en marcha.
Las necesidades y los retos de Extremadura no son nuevos, como tampoco lo es la impaciencia social reinante. La región votará el próximo domingo con los pies en la tierra, consciente de que la política siempre llega tarde, pero con la mirada puesta en un horizonte que, por primera vez en mucho tiempo, parece exigir decisiones que no admiten demora.
En Extremadura no parece que quede una semana para las elecciones autonómicas. Apenas se ven carteles en las calles, y hasta actos culturales como el homenaje al recientemente fallecido Robe Iniesta atraerán este domingo en Plasencia muchísimo más público que los mítines programados. Atrás han quedado los tiempos de plazas de toros repletas y de autobuses fletados por los partidos desde toda la provincia. En parte, porque la campaña se percibe más como una prueba de pactos y mayorías nacionales en la que los extremeños pintan “poco o nada”. En el mercado navideño de la avenida de España de Cáceres, los puestos de turrones, adornos y embutidos llenaban la calle el pasado viernes, relegando a un segundo plano la conversación política. “Pues tendremos que ir a votar, pero cada vez cuesta más saber a quién, porque nadie habla de Extremadura”, comentaba una vecina mientras escogía dulces para Nochebuena. “Esto de adelantar las elecciones no sé a quién le interesa, porque parece un ensayo de las generales y no se habla de lo que necesitamos”, añadía otra paseante, entre risas de niños y villancicos que flotaban en el aire. La misma imagen se había repetido la víspera en la plaza Mayor. La explanada respiraba alegría festiva y, en medio de risas, aroma a chocolate caliente y luces centelleantes, los escasos mensajes de campaña se ahogaban en el bullicio navideño.Una campaña demasiado alejada de la calle

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