Caracas parecía el martes más indiferente que Oslo a la evasión a lo James Bond de María Corina Machado, la líder de la oposición venezolana, para recibir el premio Nobel de la Paz. Pero la incautación de un buque petrolero en el Caribe se comentaba con inquietud en un país que, a pesar de una extrema polarización política y un gobierno sin apoyo popular, emerge de una crisis que ha destruido más del 70% de su economía.
Fue una escena de película de aventuras con marines aterrizando desde un helicóptero sobre la cubierta de un mega buque de la llamada flota oscura que lleva crudo venezolano e iraní –ambos países sujetos a sanciones estadounidenses. “Los ataques a las lanchas eran otra cosa; esto puede ser el primer paso de un bloqueo naval”, dijo un exministro de Chávez que ya participa en la oposición.
La entrega del Nobel de la Paz a una opositora que ha participado en intentos de golpe de Estado en Venezuela desde la primera elección de Hugo Chávez provocó movilizaciones a favor y en contra en Oslo. Pero en Caracas, tal vez por meido, tal vez por resignación, no hubo muestras públicas ni de apoyo ni de protesta. Se palpó un escepticismo ante la evasión de María Corina Machado, que –según The Wall Street Journal, huyó en un barco de pesca hasta la isla de Curaçao tras advertir arbitrariamente al Pentágono para que no fuera confundida con una narcolancha. “No me creo historias estilo 007”, dijo otro exministro chavista.
Incluso en los barrios opulentos que, tras las elecciones de junio del 2024 se llenaban de admiradores de María Corina Machado, no se palpó mucho entusiasmo por las escenas de Oslo. “Estamos en suspenso”, decía un panadero, Proteus, en el barrio de Altamira, un feudo de la oposición, escena de violentas protestas antigubernamentales durante el asalto al poder de Juan Guaidó.
En esta ocasión, la gauramba –protesta– viene de fuera, no de dentro. “Nadie habla de la política; estamos hablando en el día a día y yo estoy ganando bien”, dijo el conductor de la versión venezolana de Uber Ridery, que asegura cobrar lo suficiente como para hacer un viaje al año para ver a sus hermanos en Sevilla.
En parte, la ausencia de reacciones en la calle se explica por un miedo contenido a las redadas policiales tras las protestas que se produjeron después de las elecciones de junio del año pasado, cuando María Corina Machado anunció la victoria y la mayoría de los observadores denunciaron un probable fraude gubernamental.
Pero la hipérbole recalentada ya es más presente en las nieves de Noruega que en el Caribe venezolano. “Ella (Machado) está viviendo con una amenaza de muerte de un régimen, y sus amigos en el resto del mundo”, dijo el director del Instituto Nobel, Kristian Berg Harpviken, como si la líder de la oposición fuese una especie de León Trotsky perseguido por sicarios por todo el mundo.
En realidad, Machado no ha sido detenida en Venezuela porque el gobierno evita provocar una reacción de Trump, al igual que permitió a Guaidó ejercer de presidente en paralelo durante la operación trumpista de cambio de régimen del 2019. Muchos creen en Venezuela que la evasión dramática de la opositora debía contar con el visto bueno de las autoridades.
Lo cierto es que la marcha de la líder opositora le viene de perlas al gobierno. Machado dijo ayer que “la vuelta a Venezuela será cuando las condiciones sean propicias en términos de seguridad y no depende de la salida o no del régimen”, pero pocos esperan un rápido regreso.

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