El dibujante argentino Quino, que no era especialmente aficionado al fútbol, decía que se nota que el fútbol es un invento inglés en el que si alguien comete un error, lo paga todo el equipo. Cuando un jugador acierta, en cambio, el fútbol actual exprime la trascendencia individual con un furor mediático insaciable. El sábado sucedió con Raphinha, que, en un contexto de dificultad y resistencia contra el Osasuna, asumió la responsabilidad de intervenir y convertir un empate a cero en tres ilusionantes puntos.
Este clic individualizado lo vivimos durante años con Messi, que cuando notaba que el partido se encallaba, intervenía, casi siempre con acierto, para transformar el desenlace. Entonces hablábamos de messidependencia, porque el fenómeno era estrepitosamente evidente. Con Raphinha, en cambio, tenemos que redimirnos de algunos pecados cometidos. Ahora lo elevamos a la categoría de crack, que se ha ganado a pulso, pero si revisáramos lo que decíamos y escribíamos sobre el brasileño en la época de Xavi, sentiríamos ese tipo de vergüenza que los culés sabemos disimular con una mezquindad notable. El desprecio con el que vaticinábamos la urgencia –con ese añadido, tan nuestro, de la expresión “bien envuelto y con un lacito”– de traspasarlo nos perseguirá hasta la tumba.
Una de las aportaciones de Flick a la causa del estilo culé es la confianza
Sé que, cuando hablamos de este tema, algunos compañeros se refugian en el argumento de las circunstancias. Afirman que entonces Raphinha era un fichaje decepcionante e improductivo y que nos limitábamos a constatarlo. Ahora, en cambio, parece que Raphinha es un jugador imprescindible, especialmente en un equipo que no siempre encuentra la lucidez y la energía suficientes para revertir un resultado adverso o un planteamiento trabajado del rival. Una de las aportaciones de Flick a la causa del estilo culé es la confianza y una manera de defenderla que huye de la arrogancia o el malhumor –pienso en Van Gaal o, a otro nivel, en Luis Enrique– y que invita a creer que las flores en el culo no son un monopolio de Johan Cruyff y Joan Laporta.
Y hablando de Laporta: el próximo jueves lo veremos en el programa Pla seqüència (La 2), en una conversación con Jordi Basté, que lo conoce desde los tiempos del programa No ho diguis a ningú , cuando, pronto hará treinta años, Laporta lideraba el Elefant Blau. Basté, formado en la tradición sentimental del sentido trágico y patológico del barcelonismo, ya ha anunciado que escucharemos como el presidente habla de su infancia y de su exsuegro y le veremos emocionarse y cantar. También se ha anunciado que, en pocos meses, Ara Llibres publicará Així hem salvat el Barça , editado a partir de diferentes conversaciones con el escritor –y culé conspicuo– Josep Maria Fonalleras. El título no engaña y, teniendo en cuenta el calendario, participará de una estrategia electoral que dependerá más que nunca de las circunstancias deportivas en general y futbolísticas en particular. Laporta necesita reafirmarse en este discurso de salvación institucional ahora que sus opositores –es importante saber distinguir el grano persistente y legítimo de la paja oportunista y grotesca– se preparan para desactivar la audacia combativa y la autoestima carismática del presidente.
Joan Laporta, durante los Foros de Vanguardia, el pasado 4 de diciembre
Xavier Cervera
Hace 23 horas
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