Hace unos 800 años, Europa sufrió una de las mayores crisis de su historia, un movimiento telúrico que hizo temblar los pilares ―monarquía e Iglesia católica― de las rígidas instituciones del Medioevo. La simonía (compraventa de beneficios eclesiásticos), el nepotismo (nombramiento de familiares) o el nicolasismo (transmisión de cargos eclesiales por herencia) carcomían Roma y sus satélites civiles, militares y religiosos. Los poderosos acaparaban alimentos mientras el campesinado se enfrentaba a infructuosas cosechas causadas por enormes inundaciones y una brusca bajada de las temperaturas. Los caminos se llenaron de multitudes errantes y hambrientas y los bandidos provocaron el terror de los que ya nada tenían. Saladino tomaba Jerusalén, los cruzados volvían derrotados, y los reyes de Castilla y Aragón sufrían una aplastante derrota en la batalla de Alarcos. Dios había abandonado a su grey, se pensaba.
Ante esta situación, un iracundo movimiento espiritual y político, brotado en las capas más miserables de la sociedad, surgió con una fuerza arrebatadora en el centro del Continente. A sus integrantes se los conocía como herejes, de los que los cátaros llegarían a ser su mayor y poderoso exponente. Iglesia ―porque Iglesia era―, el catarismo propugnaba la vuelta a los valores primigenios del Evangelio. Tan profundamente arraigó entre los desheredados, que solo pudo ser extirpado mediante el empleo del terror y el asesinato de decenas de miles de inocentes. Quemados vivos o atravesados por lanzas, cátaros, valdenses o husitas resistieron más allá de lo concebible, provocando el nacimiento de la peor de las represiones. El entretenido y didáctico Cátaros. Un mundo por descubrir (Pinolia, 2023), coordinado por Manuel P. Villatoro, reúne 18 textos de grandes especialistas que analizan ese sismo espiritual que provocó, incluso, la aparición de la Inquisición.
“A mediados del siglo XII, surgen noticias que hablan de grupos o sectas minoritarios que defienden el origen ancestral y remoto de una Iglesia que ha permanecido en secreto desde el tiempo de los apóstoles”, escriben los autores. Las primeras señales aparecen en las ciudades de Colonia y Lieja. Las autoridades eclesiásticas no tardaron en reaccionar: “hoguera a discreción para quemar herejes”.
Desde el punto de vista doctrinal, el catarismo ―el término cátaro procede del griego y significa puro― es el resultado de la simbiosis de corrientes religiosas y de pensamiento europeo del siglo XII. Está influido por el maniqueísmo y el dualismo, doctrinas que giraban en torno a la lucha permanente entre el Bien y el Mal. Creían, igualmente, en la reencarnación tras un proceso de superación que los llevaría a la divinidad. La forma más rápida de conseguirlo era llevar una vida ascética. Solo aceptaban un sacramento, el consolamentum, una ceremonia simbólica que unía el bautismo, la comunión y la extremaunción. Curiosamente eran veganos, pero podían tomar pescado, ya que lo consideraban fruto del mar, de los ríos, del agua limpiadora. El obispo era su máximo representante, bajo el que se situaban los diáconos (sacerdotes) y los fieles o perfectos. Aceptaban la eutanasia y el suicidio como forma de acelerar el proceso de reencarnación. Celebraban cónclaves a semejanza de Roma.
Retablo de santo Domingo. Santo Domingo y los albigenses Pedro Berruguete h. 1491-99 Óleo sobre tabla, 122 × 83 cm Madrid, Museo Nacional del Prado Federico PérezEste movimiento místico-religioso conmocionó a Europa occidental, pero sobre todo a la Iglesia, que vio peligrar su poder e influencia. Una alianza con la Corona francesa permitió la creación de un enorme ejército para erradicarlo. El exterminio de estos creyentes se denominó Cruzada albigense, otro de los nombres por el que eran conocidos. La raíz latina “alb” encierra el significado de blanco o puro, aunque numerosos expertos también relacionan el nombre de esta secta con la ciudad francesa de Albi, uno de sus centros de poder.
Lo primero que la Iglesia hizo fue lanzar una campaña de desprestigio. Se les acusó de promover la anarquía moral, la permisividad sexual, la organización de orgías, las relaciones adulteras entre personas del mismo sexo, además de practicar el incesto.
En el siglo XII, Francia no estaba unificada. Se mantenían grandes y poderosos señoríos feudales, casi reinos. Este fue el caso del Languedoc, regido por el conde Raimundo VI. El noble, siempre ansioso de poder, tenía sus miras puestas en las riquezas de la Iglesia católica. Por ello, abrazó la fe cátara. Fue excomulgado en 1207 e invadido poco después por las tropas del rey francés Luis VII, espoleado por el papa Inocencio III. Raimundo intentó recular cuando vio llegar a los ejércitos y retiró su apoyo a los herejes. Pero ya era tarde. La llama de la rebelión había prendido y el Papa declaró la cruzada.
A partir de entonces, entran en juego reyes como Pedro II de Aragón, vencedor de Las Navas de Tolosa, y el propio Raimundo VI, que deciden finalmente enfrentarse a los cruzados. Su derrota en la contienda de Muret el 12 de septiembre de 1213 ―Pedro II falleció en la batalla y acabó con la expansión aragonesa al otro lado de los Pireneos― supone el principio del fin de los albigenses. Sus seguidores se vieron obligados a dispersarse y a ocultarse en remotos lugares montañosos o a encerrarse en las fortalezas que aún les prestaban apoyo. Solo en Tolosa, una de las cuidades cátaras, los inquisidores Juan de Saint-Pierre y Bernando de Caux interrogaron a más de 5.000 personas, que a su vez delataron a otras 10.000. “Los interrogatorios reúnen confesiones arracadas a la fuerza y muchas veces resulta difícil diferenciar los hechos reales de las confesiones ficticias de los torturados”, recuerdan los autores.
Portada de 'Cátaros, un mundo por descubrir'Y concluyen: “A partir de ese momento, la herejía cátara aún tuvo algunos conatos que desembocaron finalmente en los sucesos conocidos como las Hogueras de Montsegur, donde de forma oficial perdieron la vida los últimos cátaros en marzo de 1244. Apaciguada la labor de las armas, comenzó la de la pluma y los albigenses fueron mitificados en los siglos venideros como estos buenos cristianos que se habían enfrentado al todopoderoso papado”. Comenzó la leyenda.
'Cátaros, un mundo por descubrir'
Editorial Pinolia (2023). 256 páginas. 21,80 euros.

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