Me pregunto si es posible que Toño, el comentarista arbitral de Movistar+, se haya podido olvidar de que un día fue Mateu Lahoz, el rey de la baraja. A veces ocurre, no sería el primer caso de amnesia curricular vinculada al éxito profesional y tampoco será el último. Ni siquiera tienen que mediar el despecho o algún tipo de trauma ocasionado por los excesos de una vida anterior: simplemente pasas página con la misma elegancia que uno olvida a un antiguo compañero de piso, sin rencores, como si ya no pudieras recordar quién dejó abierta la ventana para que se escapara el gato o si aquello no es más que otra leyenda urbana.
Todo apunta en esa dirección: Toño, que es como lo llaman ahora sus compañeros de faena, comenta las actuaciones de los árbitros en activo como si aquel colegiado exuberante, teatral y un poco pirotécnico hubiese sido otra persona, alguien del que oyó hablar una vez, pero con el que no se identifica en absoluto. Como Joseba, el de Carglass, nuestro experto de cabecera analiza, calibra y sentencia con una serenidad que roza lo divino: no fue él quien convirtió el Holanda-Argentina del pasado mundial de Qatar en una verbena de las tarjetas (sacó quince sin apenas pestañear), si acaso alguien que se le parecía.
A veces basta con alejarse del silbato, la sartén o el editor de textos para descubrir que uno siempre supo, exactamente, lo que había que hacer. Es ley de vida, por eso las obras suelen estar rodeadas de señores con gorra y bastón que siempre saben dónde va cada ladrillo y en qué proporción deben mezclarse la arena y el cemento: la experiencia, cuando ya no se somete a examen, es una larga recta que siempre nos conduce a la certeza. Por eso habla Toño del “equilibrio emocional” de Quintero González con tanta alegría: porque ya no se recuerda a sí mismo discutiendo con medio mundo, agarrando la pelota y escondiéndola bajo el brazo para asegurarse la atención del respetable, incendiando partidos con el rictus de un faraón ultrajado. Ese tipo era otro, un tal Mateu, el favorito de Jose Mourinho, un caballero comprometido con la tarjeta amarilla como unidad fundamental de comunicación.
Hay comedia, que diría el gran Ignatius Farray, en esos momentos donde Toño dicta sentencia mientras el resto del mundo mantiene frescas aquellas imágenes suyas que ahora, por puro protocolo, él mismo parece haber depositado en un compartimento secreto que no piensa volver a abrir. Y no es que lo haga con mala intención, ni con ánimo de escurrir el bulto. Se trata, simplemente, de una suerte de reinvención, una especie de borrado selectivo por pura necesidad profesional: uno no puede ejercer como referente moral del análisis a posteriori si carga con la hemeroteca gigantesca del protagonista que fue. Eso y que desde el plató se ve todo mucho más claro, ventajas de que ya no te agobie el público ni te grite Simeone.
Esta nueva versión suya, más templada, más televisiva, convive en nuestras cabezas con el Mateu Lahoz que un día conocimos. Y claro, el contraste es bien jugoso. Uno se lo encuentra mientras evalúa el arbitraje del domingo en el Bernabéu y es casi inevitable que, desde el fondo de nuestra memoria, resuene un pequeño coro que dice: hombre, Toño, equilibrio emocional, lo que se dice equilibrio emocional, vamos a ver... Por eso resulta tan entretenido escucharlo, supongo: porque es como volver a leer El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde por primera vez.

Hace 2 días
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