Nubarrones en el universo socialista. Síntesis del diciembre funesto del PSOE, días que presagian un futuro incierto. El enunciado invita al columnista a regresar a una obra exquisita de Olivier Rolin, El meteorólogo (Libros del Asteroide), la reconstrucción de la historia agria de Alekséi Feodósievich Vangengheim, primer director del Servicio Hidrometeorológico de la URSS. Un científico situado en la cúspide del poder soviético que engrosó la lista de presos por las purgas de Stalin. Con la ayuda de la correspondencia enviada a su hija, Rolin reconstruye la caída en desagracia de Vangengheim, desde la detención un 8 de enero de 1934 en Moscú -noche que debía terminar en el Bolshói y acabó en las celdas de la Lubianka- hasta la soledad fría del gulag. Un especialista en nubes que no volvió a ver el sol, por la paranoia estalinista de buscar culpables en potencia. Una víctima colateral más.
La tormenta no amaina en la política española. Borrasca de tres patas que se cierne sobre el Gobierno: debilidad parlamentaria enquistada, un sinfín de estocadas judiciales y goteo de casos de acoso sexual mal gestionados en Ferraz. En las filas socialistas castiga la putrefacción de la corrupción, aunque se insista que estaba perimetrada, pero resulta más lesiva la pérdida de credibilidad del partido ante las mujeres, apoyo electoral de Pedro Sánchez en la última reconquista del poder. El presidente dice que “merece la pena gobernar” pese al asedio por tierra, mar y aire, aunque el desgaste se acelere en el tablero de Extremadura y Aragón, calendario electoral marcado a su antojo por el PP. Es pertinente preguntarse si hay margen para la resistencia de Sánchez, tantas veces reformulada, y qué paisaje puede dejar una fallida del PSOE, ahora que socios de todos los pelajes, del PNV hasta ERC, airean su incomodidad.
Desde la atalaya catalana es lógico pensar que Salvador Illa, primer escudero de Sánchez, pueda pasar de principal baluarte territorial a presidente trasquilado si la hemorragia no cesa. Illa cimentó su presidencia con unos acuerdos de complejo cumplimiento —como el de la financiación singular— que dependían del beneplácito de Sánchez. Sin concreción de lo pactado, el líder del PSC quedaría a la intemperie. Y la legislatura en Cataluña, que hasta ahora ha mirado a la izquierda, también debería repensarse. Un anticipo: cuando los socios dejan de ser estables porque pierden incentivos, aparece la geometría variable, y es prudente no descartar a nuevos protagonistas en la partida.
Pero estas son pantallas posteriores. Y el pronóstico más fiable es siempre el inmediato. No hay adelanto electoral en España, pero el viento frío recorre la militancia del PSC, decepcionada ante el aluvión de titulares que minan el relato feminista y la pulcritud en el ejercicio del poder. Illa ya rechazó que uno de los suyos ejerciera la secretaría de Organización de Ferraz tras el escándalo de Santos Cerdán. Evitó el mando orgánico y prefirió ayudar a Sánchez desde la complicidad discreta. No era el momento de chamuscarse. Ahora, con la crisis desbordada, calibra daños. No es meteorólogo como el malogrado Vangengheim, pero le sobran mapas en la cartografía socialista para entender que puede ser la última víctima colateral del temporal.

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