En Granujas de medio pelo, un grupo de extravagantes y risibles ladrones alquilaba un local vacío contiguo a un banco, situado pared con pared con lo que podía ser el botín de sus vidas, y pergeñaban una brillante idea: con infinita paciencia, irían abriendo un túnel con el que introducirse en la sucursal, mientras la mujer de uno de ellos utiliza su nuevo establecimiento vendiendo sus galletas caseras como elemento de despiste. Se hicieron ricos, por supuesto, pero no como delincuentes, sino como pequeños empresarios gracias al enorme éxito de la repostera de la camarilla.
“Estas cosas solo se le pueden ocurrir a Woody Allen y a gente con su inimitable cerebro creativo”, tendemos a decir. Y, sin embargo, cuántas historias tan ridículas, sorprendentes y tiernas tenemos en nuestra realidad circundante para aprovecharlas como posible película a la que posteriormente aplicar el género, el tono y el estilo que mejor la defina. La de Roofman: un ladrón en el tejado sobresale por la cantidad de elementos sociales, políticos y culturales asociados al caso real, por lo estrafalario de las actitudes, y por el colorismo global de sus ambientes: Jeffrey Manchester fue un bandido que, a finales del siglo XX, asaltó más de sesenta McDonald’s entrando por un agujero que cortaba en el techo en medio de la noche; tras ser arrestado, escapó de la cárcel y vivió escondido en una tienda de Toys R Us durante seis meses alimentándose fundamentalmente de chuches.
Channing Tatum y Kirsten Dunst, en 'Roofman: un ladrón en el tejado'.Pero, ¿qué hacer con semejante historia y cómo desarrollarla? ¿Un thriller de atracos, una comedia criminal? Derek Cianfrance, interesante director de segunda fila, a medio camino entre la independencia, la comercialidad de Hollywood y el cine estadounidense de festivales, con dos atractivos trabajos como Blue Valentine (2010) y Cruce de caminos (2012), ha optado por un singular mejunje que no le sale nada mal. Una comedia estrambótica que parece salida de la cabeza de los hermanos Coen, con un fugitivo de coña e infinita ternura, aunque menos autoconsciente y posmoderna que Arizona Baby. Un true crime acerca de la improvisada existencia de un prófugo de buen corazón. Un simpático y delicado romance amoroso con ramalazos sociales, en el que aprovecha para acentuar cierto estado de las cosas en torno a la familia, la angustia de la adolescencia, las relaciones y las condiciones laborales, el sentido de comunidad, la redención alrededor de las iglesias de corte evangelista, y hasta la cruda situación y la nula integración de muchos soldados desplegados en Afganistán e Irak tras su regreso de lo que ya William Wyler definió en su película de 1946 como Los mejores años de nuestra vida.
Todo ello sin arquear la ceja ni forzar el drama, y armado de la comedia física. Cianfrance prefiere no entrar en el lado más oscuro del personaje y de las situaciones (que se intuye que lo tenían), desplegando un relato de ladrón amable, entretenido y leve en la superficie, aunque con matices de cierta hondura, muy en la línea del cine de los años setenta. Como Bonnie, Clyde y otros tantos delincuentes que se hicieron célebres entre la ciudadanía gracias a su sentido del honor y de la dignidad, este Roofman (el apodo que le endilgaron los medios de comunicación), interpretado con colosal simpatía por Channing Tatum, es un forajido que roba sin violencias ni molestias. Un observador nato que, por su formación militar, es único para salir de atolladeros imposibles y, en cambio, parece nacido para meterse en fregados mucho más cotidianos. Un personaje que le hubiera encantado a Frank Capra y a Preston Sturges: el más tonto de los inteligentes, y viceversa.
Roofman: un ladrón en el tejado
Dirección: Derek Cianfrance.
Intérpretes: Channing Tatum, Kirsten Dunst, Peter Dinklage, Lakeith Stanfield.
Género: comedia. EE UU, 2025.
Duración: 126 minutos.
Estreno: 12 de diciembre.

Hace 15 horas
2









English (US) ·