¿Qué le pasa al PSOE?

Hace 1 día 4

A simple vista, diríase que todo se desmorona alrededor de Pedro Sánchez. Tres personas de su círculo más estrecho han tenido que dejar sus puestos por corrupción o por acusaciones de acoso sexual. Son tres figuras que tuvieron un papel relevante en su victoria en las primarias y que le habían acompañado en buena parte del viaje. A otras las fue apartando él mismo durante los más de siete años de gobierno. ¿Acaso está perdiendo el presidente el control sobre su partido?

Ni siquiera algunas voces socialistas molestas con el protagonismo que el presidente dio en su día a José Luis Ábalos, a Santos Cerdán o a Francisco Salazar responden a esa pregunta con un sí. Sánchez no solo controla a su formación, sino que está dando todos los pasos necesarios para seguir haciéndolo en el futuro. No hay un atisbo de disidencia interna que pueda preocupar al presidente, pero sí se empieza a dar una imagen de descomposición que puede desmovilizar mucho al electorado socialista, en especial al voto femenino. Las mujeres fueron decisivas en 2023 para que repitiera el Gobierno de coalición progresista. Pese a que el liderazgo no se discute por el momento, el PSOE emite nítidas señales de desgaste.

Dicen que las revoluciones devoran a sus hijos. Salvando el cariz dramático del aserto, algo así ha ido ocurriendo con los protagonistas del intenso cambio que supuso para el PSOE la llegada de Sánchez a la secretaría general. Tras su negativa a facilitar un gobierno del PP (“no es no”) en 2016, la vieja guardia socialista se alzó en su contra y fue forzado a dimitir. Al año siguiente, resurgió de sus cenizas como líder de las bases contra el establishment del partido. Él y su equipo tomaron los centros de poder del PSOE. A partir de su llegada a la presidencia del Gobierno, no tuvo ningún reparo en recuperar o apartar a quienes consideraba útiles o no en cada momento. Esa dinámica hizo que algunos fueran cayendo por el camino. De aquella camada que le aupó quedan pocos. Esa capacidad de regeneración, a veces voluntaria y otras forzada por revelaciones inconvenientes, como está ocurriendo ahora, es una de las características del liderazgo de Sánchez.

Que dos secretarios de organización del partido estén inmersos en causas por corrupción es ya un varapalo notable, por mucha agilidad que se aplique a la hora de levantar muros de contención. Pero si a eso se añade la sensación de que la bandera de la igualdad no es más que un signo de hipocresía, el desastre es aún mayor. Todas las organizaciones políticas cuentan con casos de este tipo, pero no a todas les afecta igual. Por eso el que afectó a Íñigo Errejón provocó un terremoto en un partido que tenía el feminismo como uno de sus principios nucleares. El PP acaricia la desmovilización de las mujeres que votan socialista. La intervención de Alberto Núñez Feijóo ayer en el Congreso fue muy reveladora de esa intención: mezcló en la misma coctelera las acusaciones contra Salazar, las prebendas de Ábalos a sus amantes y los “prostíbulos”, en referencia a los negocios de saunas para los que el suegro de Sánchez hizo trabajos de gerencia.

Sánchez barajó colocar a alguien del PSC en la secretaría de organización del PSOE

El PP ha empezado a atacar a María Jesús Montero como vicesecretaria del partido por no investigar las denuncias contra Salazar. Sánchez se situó él mismo como cortafuegos esta semana al señalar que asumía “en primera persona”, es decir, como secretario general, que ese caso no se había gestionado bien. De esta forma, trata de proteger a Montero y también a la secretaria de organización, Rebeca Torró, que apenas lleva cinco meses en el cargo. Salazar iba a ser el número dos de Torró cuando saltaron a la luz las denuncias y se le apartó de la Moncloa y dejó de ser militante. Para los populares, salpicar a Montero sería un filón, puesto que es la candidata a la Junta de Andalucía.

El relevo de Cerdán por Torró se hizo en julio deprisa y corriendo al conocerse el demoledor informe de la OCU sobre los manejos del secretario de organización con Ábalos y Koldo García. Sánchez barajó muy seriamente situar a alguien del PSC en ese puesto y así lo habló con Salvador Illa. Pero los socialistas catalanes prefirieron mantenerse al margen de un cargo tan orgánico, que asume el control y la coordinación de todas las federaciones territoriales. Para el PSC habría supuesto ganar poder, pero perder independencia. Illa así se lo transmitió a Sánchez, aunque manifestó su compromiso de ayudarle si consideraba que no quedaba otra alternativa.

Pero los problemas de Ferraz vienen de lejos. Quizá el primer síntoma público fue la marcha de Adriana Lastra, que ella atribuyó a cuestiones personales, pero que tenía su raíz en las pugnas internas. Mientras unos atribuyen a Lastra nada menos que un afán por desbancar al jefe, otros apuntan que se puenteaba y boicoteaba a la vicesecretaria general, restándole toda autoridad dentro del partido. Ábalos o Cerdán sí disfrutaron de esa autoridad, pero la emplearon de mala manera. Ayer mismo fue detenida Leire Díez, conectada con Cerdán que iba por los despachos ofreciendo prebendas a quien le ayudase a desprestigiar a mandos de la Guardia Civil o fiscales. Si se confirman estos indicios, el PSOE fue puesto en muy malas manos.

Pese a todo, el verdadero poder en el partido siempre lo han tenido las organizaciones territoriales. Sánchez, buen conocedor de esas dinámicas internas, ha afrontado las elecciones autonómicas que se avecinan como una oportunidad de colocar a sus fieles en cada comunidad, en especial Andalucía, con Montero, su mano derecha en el Gobierno, al frente. Pero también con Óscar López, hombre de confianza en la Moncloa, para la siempre difícil federación madrileña. O con Pilar Alegría en Aragón y Diana Morant en la Comunitat Valenciana. Esa premisa falla en Extremadura, ya que el candidato, Miguel Ángel Gallardo, no es el que pretendía el presidente, sino que se impuso por sorpresa en unas primarias. De todas formas, las perspectivas electorales de Gallardo y su imputación judicial son suficientes como para que abra la cuestión de su relevo después de las elecciones.

El presidente espera controlar el PSOE a través de las baronías y algunos ministros tienen legítimas aspiraciones sucesorias

Sánchez detenta un férreo control del partido. Nadie se atreve a lanzar la más mínima crítica, salvo las voces ya tradicionalmente discrepantes, como las de Felipe González o Emiliano García Page. Ambos, más que ser representativos de los malestares que puedan cocerse en el seno de la organización, provocan más bien un cierre de filas interno. Pero eso no significa que también se estén produciendo movimientos soterrados por el liderazgo del futuro. Algunos ministros albergan legítimas aspiraciones sucesorias. Aunque no osarían moverle la silla al presidente, saben que cada vez está más cerca el momento de buscar al sucesor.

Colocar a sus peones en las baronías garantiza a Sánchez el control de la organización y a eso habrá que añadir en su día la confección de las listas para las generales que conformarán un grupo parlamentario obediente, también para el caso de que no pueda gobernar. Si Sánchez gana en votos a Feijóo, pero el PP y Vox suman para gobernar como apuntan muchas encuestas, se abre un escenario de presión para que el PSOE apoye la investidura del líder popular. En ese caso, probablemente Sánchez recuperaría su “no es no”, con el que empezó todo, pero el partido afrontaría un momento crítico para su unidad interna. Si las revoluciones devoran a sus hijos, la que impulsó Sánchez en su día ya se ha merendado a una buena parte de sus vástagos, pero el líder no está dispuesto a que se trague también su impronta.

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