Aunque todavía le acompañe el diminutivo, Alcaraz es cada vez menos Carlitos —apelativo cariñoso que él todavía agradece— y cada vez es más Carlos. Es decir, el murciano ya no es ese adolescente que empezó a escudriñar hace casi una década el trazado hacia la élite a bordo de un coche, con Juan Carlos Ferrero al volante por las carreteras de aquí y allá, de aquellas “panzadas” por Brasil a la irrefrenable ascensión posterior. Sueño cumplido: la cima, el número uno, la estrella de hoy. Sin embargo, todo se acaba. Uno y otro separan sus caminos. Lo confirma ahora el tenista, de 22 años y con 24 trofeos ya en el bolsillo, seis de ellos grandes: “Tras más de siete años juntos, Juanki [45] y yo hemos decidido poner fin a nuestra etapa como entrenador y jugador”.
Después de un curso excepcional, como número uno y a las puertas de otra temporada en la que seguirá batiéndose con el italiano Jannik Sinner por el liderazgo del presente, Alcaraz cierra un ciclo y agradece sobremanera al preparador el haber convertido “los sueños de niño en realidades”, así como el hecho de haberle hecho crecer “como deportista y, sobre todo, como persona”. Atrás queda ya el haber “disfrutado del proceso”. Pilla la noticia al contrapié de puertas afuera, también en las interioridades del circuito, donde muchos se llevan las manos a la cabeza y se preguntan: ¿Por qué tocar lo que tan bien funciona? ¿Por qué ahora? ¿Y por qué ese “me hubiera gustado seguir” tan resonante en el comunicado posterior de Ferrero?
Entiende el protagonista pese a su juventud que todo llega a su fin, y que a pesar de la indiscutible productividad —71 victorias y ocho títulos en 2025, por encima de cualquiera— es el momento idóneo para marcar el punto de giro. Nunca se conformó Alcaraz con permanecer en la zona de confort, siempre arriesgado, con la dejada y la fantasía como bandera, y decide explorar una nueva ruta que, de entrada, dirigirá desde el banquillo el alicantino Samuel López, hasta ahora complementario. Mejor a estas alturas, piensa el murciano, antes de que la historia pueda torcerse: “Siento que, si nuestros caminos deportivos tenían que separarse, debía ser desde ahí arriba. Desde el lugar por el que siempre trabajamos y al que siempre aspiramos llegar”.
Hace ocho años, Ferrero supo de un crío de El Palmar que hacía maravillas y renunció a proyectos con tenistas de primera línea con el propósito de guiarlo hacia lo más alto, después de haber vivido una experiencia insatisfactoria con el alemán Alexander Zverev. “Tiene cosas diferentes. No me gustaría equivocarme, pero creo que pronto va a estar ahí arriba…”, aventuraba en 2020, cuando el chico todavía no había llegado a romper. Alcaraz insinuó —primer triunfo en la ATP con solo 16 años, registrado un mes antes de la pandemia del covid— y tocó luego la cúspide mundial por primera vez en 2022, más precoz que ninguno. Después llegó el despegue definitivo —el Wimbledon de 2023— y, a continuación, la consagración. A mi manera, claro.
Alcaraz, recientemente durante una exhibición en Miami.Lynne Sladky (AP)La docuserie estrenada por Netflix el pasado mes de abril (producida por Morena Films) ofrece diversas pistas (unas cuantas muy explícitas) sobre la evolución de la relación entre el tenista y su técnico. Al margen de la edad, de esos 23 años de trecho entre uno y otro, Alcaraz y Ferrero representan dos formas antagónicas de concebir las obligaciones de la competición. Dispares, que no excluyentes. El gesto militar y el método rígido del preparador han sido indispensables para la configuración de un talento que precisaba de orden y de disciplina para descifrar los peligrosos códigos del entorno profesional, del mismo modo que han ido chocando con la concepción más lúdica del protagonista: éxito, sí, pero no a cualquier precio. La felicidad queda por encima.
“Cada vez es más jefe”
Conforme ha ido ganando experiencia y se ha imbuido de ese ideario tan estricto (repetitivo, mecánico, aburrido) que demanda un deporte sacrificado como el tenis, Alcaraz ha ido convenciéndose de que debe ser él quien pilote su destino como paso imprescindible en el proceso de maduración. Es decir, aquello de aprender a tomar decisiones. Joven con personalidad, lanzado e impetuoso, al que a veces había que “frenar” para evitar disgustos físicos, nunca temió equivocarse si lo hacía siguiendo su propio criterio, de ahí que en más de una ocasión sus maniobras desagradasen a Ferrero. A este, férreo de principio a fin, nunca le terminaron de gustar las fiestas de Ibiza para “desconectar”, como también desaprobó la escapada al circuito de Monza tras perder en la segunda ronda del US Open de 2024.
“Un tenista lo es durante las 24 horas del día y los 365 días del año”, le repetía Ferrero, que en la docuserie —a pecho descubierto, un tesoro dadas las producciones edulcoradas e hiperfiscalizadas por otras figuras— lanza una doble advertencia: ser el mejor exige ser “un esclavo”, así como que la disparidad de criterios es evidente, puesto que “el entendimiento del trabajo y el sacrificio” de Alcaraz “es diferente al nuestro [del equipo]”; de hecho, “tan diferente” que le genera “dudas” sobre si la vía escogida por el tenista puede guiarle hacia la cumbre de la historia. En sentido opuesto, el tenista opina que es capaz de compaginar, en mayor o medida, la voluntad de acercarse a la normalidad cotidiana pese a los requerimientos de la élite.
Ferrero y Alcaraz, el año pasado en las instalaciones de Wimbledon.Hannah McKay (REUTERS)De primeras, puede sorprender el giro, pero no quizá tanto la resolución. “Bueno, la relación podía romperse antes o después…”, afirma una persona cercana a Alcaraz; “ahora, Carlos ejerce más de jefe que antes. Es decir, manda más”. Lo demuestra, sin ir más lejos, el asentamiento que en su día era progresivo y que hoy ya es definitivo en la Real Sociedad Club de Campo de Murcia, donde empezó a pelotear cuando era un niño. Desde hace aproximadamente año y medio, el número uno solo se ha ejercitado de manera esporádica en la academia de Ferrero en Villena (Alicante) y ha convertido su tierra en el cuartel general, con unas instalaciones cada vez mejor acondicionadas e incluso con el diseño de una pista cubierta personal para preparar los torneos que se disputan bajo techo en febrero y durante la franja de otoño.
“Llegan tiempos de cambio para los dos. Nuevas aventuras y nuevo proyectos”, deslizaba en su mensaje Alcaraz, disolviendo un nexo que visto desde el exterior, de manera idealizada y seguramente sesgado en el imaginario colectivo por la perdurabilidad del dúo Nadal-Toni, se vislumbraba mucho más duradero. El tenis moderno, sin embargo, se entiende desde la renovación constante —el mismísimo Roger Federer tuvo hasta siete entrenadores, por otros tantos de Pete Sampras o los seis principales a los que ha recurrido Novak Djokovic— y desde una óptica actualizada: la generación Z impone nuevas normas. Para bien y para mal, aun a riesgo de fallar o salirse del buen carril, Alcaraz quiere ser dueño y responsable último de su relato.

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